NARCOGUERRA
otra historia Visionoirde Rodolfo de Matteis
Seis de enero de dosmilonce |
La noche es asombrosa, muchísimas estrellas nunca vistas bajan hasta el horizonte, que no se puede saber si sean estrellas o luces de las casas, pero no hay casas en el desierto, por lo menos no muchas. La chica caminó muchos kilómetros todo el día para llegar aquí por la tarde, la chica está sola, feliz, ya armó su casa de campo y prendió la lumbre, no puede dormir, nunca había visto tantas estrellas, viene de la ciudad, y casi no puede creer que sean tantas las estrellas, así a nubes, a cascadas, a rios, el cielo está más blanco que negro, blanco del latir de las estrellas, de su vibrar blanco y amarillo y azul y rojo.
Una estrella se mueve entre las demás, la chica no sabe que es, solo la mira fascinada acercarse silenciosa en la noche, pues dándose cuenta de su velocidad piensa en un platillo volador; cuando oye el ruido del motor el avión ya ha cruzado mitad del cielo: le parece imposible que ahí también lleguen los aviones, en el desierto, en el medio de la nada.
Desde lejos lo reconocen bien los soldados al fuego de la chica, está así en lo descubierto, tan cerca del camino, y sus ojos entrenados no lo confunden absolutamente con una estrella baja. Ahí están para la Guerra a la Droga, aquella guerra que ya hizo 30mil muert@s solo en los últimos años de la “presidencia” calderón, un genocidio juvenil según la ONU; ahí están a emboscar el desierto por la noche, podrían transitar carros de narcos de viaje para el norte la frontera los dólares; entonces deciden de ir a ver de que se trata, pasándose de mano en mano la botella de tequila los tres tienen necesidad de confiscar más coca, casi se le acaba y ni modo que quieran quedarse con las narices resecas, inhalando puro polvo del desierto, lo que su jeep levanta rondando por ahí.
La chica oye el motor acercarse justo mientras se da un gallo, al principio es solo un lejano ruido sordo… piensa en un alucine, después en una avión, y por fin en un tren que lleve su misteriosa carga a Texas; ya hubo muchos en esta noche tan bella tan mágica. Pero el ruido se acerca, parece un motor, un escalofrío se le sube por la espalda, solo ahora se da cuenta de estar sola, las estrellas están mudas no le dicen nada para tranquilizarla no la ayudan. De repente ve las luces del carro, acercarse inexorablemente en la noche, arrancar las últimas vueltas y ya está ahí, esconde el gallo en la arena la chica, pero cuando ve que son uniformados se tranquiliza, no son los campesinos borrachos que había pensado, temiendo pudieran aprovecharse de ella.
El primer soldado en bajar del carro casi no cree lo que sus ojos ven: la chica es hermosísima, rubia, con su ropa tan ligera, vestida casi de nada, la piel de sus piernas desnudas brilla en la luz del fuego, y aquel charco de sombra ahí en su entrepierna, aquella sombra que promete promete promete. El soldado siente su respiro borracho hacerse más pesado, el corazón latir fuerte que sube, casi quiera explotarle en el cerebro, pues, cuando huele el olor agrio de la marijuana en el aire, se dispara como una fiera corre y la agarra de aquellos cabellos tan largos tan bellos tan rubios tan suaves y finos; y para él tan ajenos. Grita la pobrecita como gallina llevada a la matanza y las piernas las nalgas se le lastiman dejando un rastro de sangre en las piedras las espinas mientras que él la arrastra golpeándola a patadas.
Los demás soldados lo paran: ¿estás loco?
¡no arruines esta flor! esta pinche puta drogadicta tiene que pagar como pagan las perras de su pinche raza cabrona! ¡malditos narcos!
Se la arrancan de las manos y con las manos le arrancan los vestidos, encuerada está aún más hermosa, aquellas chichis suyas, tan flaca tan delgado su cuerpo de libélula: la agarra por la nuca y la dobla uno, la pone a perrito e intenta meterle el cañón del fusil en el culo entre los alaridos de terror y de incredulidad de la chica y los gritos de gozo de los demás soldados. Uno saca la verga de los pantalones y se le acerca a la cara, ¡chupa puta! le dice mientras se la choca en las mejillas, pero no aguanta al ver al otro que ¡sí! lo logra y se ve el fusil hundirse entre las piernas de ella, donde fluye abundante la sangre, y pues explota y viene.
La chica siente el esperma de él caliente amargo salao pegajoso en su cara, le da asco, le da asco y vomita y llora y grita ¡No! ¡piedad! ¿que les hice? Entonces compórtese puta, perra en calor ¡haga que gocemos!
Y la tienen a bajo supina con las piernas abiertas mientras que aquel saca fuera el fusil ensangrentado y le ensarta la verga y babea, y suda, y trasuda y el olor a coca en su nariz se mezcla con el olor a miedo y a sangre de la chica y él se excita más y más y también viene explotándole adentro. Entonces los otros dos lo quitan y la poseen a turno: su presa, la maldita narcos, la drogada, el enemigo.
Hace horas que yo había visto aquella lumbre desde arriba, de la lomita, sin acercarme, no quería arruinarme el viaje con las charlas de la banda. Sabía que ellos no podían verme, mi lumbre estaba suficientemente escondida en un pequeño valle entre las lomas, y lejos de la carretera, que aún sin pavimentación alguna, pasa ahí abajo. Yo veía su lumbre solamente alejándome de mi campamiento a pasear en la noche para orinar o para ver en la oscuridad. Estaba bastante satisfecho de que no hacían ruido, que no llevaban estéreo y que no explotaban a carcajadas a molestar mi paz de silencioso ser del desierto. Cuando oigo el acercarse del motor pienso que los pobres serán molestados con su lumbre cerca del camino: serán campesinos ebrios que quieren platicar con alguien nuevo o policías buscando plata. Me siento a salvo yo así lejano, pero igualmente dejo que duerma mi lumbre, un ojo entrenado podría vislumbrar su resplandor, y me dedico a mirar las estrellas.
De repente los alaridos, tan fuertes tan insanos tan intensos, una voz de mujer que grita, y grita de veras por la vida o por la muerte, huele a locura a miedo a violencia hasta aquí aquel alarido tan angustioso tan absurdo y aquellos gruñidos aquellas voces torvas y oscuras que se oyen y aquellas carcajadas… El llamado de aquellos alaridos de mujer resuena en mis venas que se hinchan se calientan en una explosión ancestral: me pongo zapatos, agarro el machete que llevé conmigo por hacer leña, y corro corro corro la lomita abajo sin pensar sin pensar en nada sólo con el olor de la adrenalina y los alaridos que me llaman.
No me ven llegar aquellos malditos que parecen haber logrado domarla y ella está ahí a gatas que chupa la verga a un soldado mientras que otro la viola desde atrás gritando de placer. Él que está de pié mirando el espectáculo y chupando de la botella es el primero en derrumbarse, mi impacto por la espalda desde el norte es tan terrible y violento que casi lo decapita de un solo golpe el machete mientras que la sangre brota por todos lados y el hombre-bestia cae a tierra con la cabeza grotescamente colgando de un solo lado y la sangre que esquicia en la cara del que le está enfrente, él que lo tenía en la boca de la chica, parece momentáneamente cegarlo paralizarlo y entonces me lanzo y le meto el machete en el hombro izquierdo, le quiebro la clavícula pero mi hoja hambrienta de alcanzar el corazón del monstruo se atora y no puedo sacarla y entonces siento un golpazo en la espalda que me deja sin aliento y pienso de ser muerto acabado mientras que otros golpes tal vez patadas parecen quebrarme el dorso.
Y de repente nada. Solo los gritos salvajes de la chica. Doy vuelta y la veo que hace estrago del soldado sosteniendo el fusil con las manos, manchadas de la sangre de su violación todavía fresca sobre el cañón del arma, mientras la culata del fusil baja y baja en seguida sobre la cabeza ya abierta del soldado y los gritos locos de ella. Calma se acabó, le digo, se acabó ¡estás a salvo! Pero se necesita un buen rato hasta que pare de madrear la cabeza de aquel que ya está hecha guacamole; el otro con el machete en el hombro sigue desmayado, tal vez muerto. Empezamos a temblar como hojas en el viento y el dolor en mi espalda se hace terrible mientras nos abrazamos llorando y así nos quedamos por un tiempo infinito.
Entonces le dijo ¡tenemos que huir! huir pronto, pronto ¡pronto! Agarro la botella de tequila de la tierra y le doy un trajo que me la acabo pensando: la casa de campaña las cosas, tenemos que desaparecerlo todo, todo lo que nos puede identificar ... y desaparecer nosotros, ir lejos lejos lejos ¡ándale vestid vámonos!
Ella me obedece sin hablar solo llorando toda llena de sangre y esperma y lagrimas, y en corto todas nuestras cosas están en el jeep, y… ¡chingao el machete! ¡mis huellas en el machete, las tuyas en el fusil! Se sobresalta y gime el pendejo cuando le saco el machete del cuerpo ayudándome con mis pies y las dos manos, y de una vez se lo ensarto otra vez bien rudo justo en el medio de la frente y vamos: el jeep tiene todavía las llaves.
De prisa, antes que llegue el día tenemos que enterrar todo muy lejos, lavarnos de la sangre, aventar este maldito jeep en un barranco, y brincar en un tren que nos lleve lejos, lo más lejos posible.