LA MALA PISTOLA

 

Esta sereno el día aún si todavía no hay sol en esta mañana bonita de tarda primavera tropical. Me levanté a mi hora usual, pero no tuve el tiempo para caminar en las rocas que rodean Real de Catorce, el pueblo mágico como de costumbre, tengo una cita col Sheriff hoy, a las 8 en su casa: vamos a bajar a la ciudad de Matehuala. Subiendo los altos escalones escavados a puro pico quien sabe cuantos siglos antes en mi corazón dudo que lo encontraré despierto, non me parece el tipo. Lo conozco desde un par de años y nos re-encontramos hace poco, cuando regresé, justo unas semanas antes, y lo encontré un poquito para abajo. Más flaco, más jodido, más tenso, a veces madreado por la pobreza de la vida en un pueblito en los cerros, está acostumbrado al distrito, no que anda mal, es todavía uno de los mejores artesanos aquí, pero su existencia parece reducida a las tres C, chamba, churros y chelas… y aún más chamba…


            Después de la ultima curva me aparece la puerta abierta de su casa, en cima de la cual se encuentra una cabeza de águila al centro, plumas de águila a la izquierda, y una primitiva pero sugestiva cruz hecha con dos pedazos de madera de coyonoztle a la derecha. El perro anda libre en el patio, para nada molestado por el gallo, calvo, atado a una cuerda que une su pata a una piedra.


            Apenas mis ojos se acostumbran a la media oscuridad de la habitación veo el Sheriff, sentado en una silla de plástico de cerveza corona, con un vaso en una mano y un gigantesco churro en la otra. Lo veo de tres cuartos y su perfil que recuerda lo del rey Pacal se despega del muro blanco, con su largas rastas que le alcanzan la cintura.
Buenos días, ¿ya despierto? ¡que milagro! ,  ¡Callase guey! ya a las seis me levanté… con un pinche mal de  cabeza y temblando por la pinche cruda: a noche vinieron Marylin y el Principe, con perico y vodka… hasta las tres… suerte que ahorita mero mero me acordé que algo sobró en la botella… le puse unos limones a dentro, un poquito de agua y me la curo, en fin…


            Suerte que no pueda permitirse de compartir su preciosa medicina conmigo, que en estos tiempos intento de no tomar. Me siento en una banqueta, calladito, esperando con mucha paciencia que me pase de fumar, ya sé que no me dará el toque antes que se fume la mitad exacta, un gesto de favor conmigo, que a los otros no le da que la bacha…


            Fumo ¡que buena la mota aquí! Difícil de encontrarla pero buena, se te duerme el pezcueso, casi como hace la coca, pero mucho más mejor, que se trata de una sensación viva y no de anestesia local.


            ¿me pasas una carta blanca? digo yo agarrando un cuaderno desde una mesa baja llena de piedras en diferentes pasos de trabajo (me gusta muchísimo una calavera de ámbar amarrilla, pero ya sé que quiere trescientos varos  por ella) garras de águila y de gato montés, dientes de jaguar y de oso, vértebras de tiburón, cuernos de venado hechos como peyotitos, piezas de jade antiguas y nuevas, anillos de plata (un montón) y de coco, herramientas, calaveras de águilas, cajetillas de sabanas, de incienso, vértebras de víbora, cascabeles, envases y vasos de plástico, chaquira y cuentas de todos colores y calidades, y, como instalación de arte post-industrial una maquina pulidora rota desde dios sabe cuanto…


Agarra todo el cuaderno, si lo necesitas, y agarra aún el papel higiénico, que yo de paso, me cago, dice y yo ensarto todo en la mochila después de escribir en el cuadernos los importantes mandados que tengo que hacer abajo, en la ciudad. ¿Vamonos?, Y que… ¿andas de prisa? Poncha uno, ¡guey!,  y me da una cola bien bonita sin ni una hoja, que empiezo a limpiar de pronto mientras que él revuelve las innumerables cajas que hay contra el muro. ¡Listo! ¿Lo prendo? , Sí, sí… o que… ¿fumamos andando?, Sí mejor, digo yo que tengo prisa de salir, llegar y hacer mis importantes mandados ¿ Te dejaron la feria los japoneses por el cuarto ? No se fueron sin ni saludar, Orale vamos a comprar menos con nuestra lana pues.


Cierra la puerta el Sheriff, y la abre otra vez, Tengo que dejar un mensaje presta un papel, escribe algo y pega el cartel en la puerta que ahora ni cierra con candado, Perro ¡tu te quedas! Manda, pero el perro no parece de acuerdo e nos sigue rabeando feliz, y tiene que convencerlo en buena onda antes y aventando piedras después cuando se para a la esquina para miar. ¿Le gusta al perro irse en carro? Una afirmación con su cabeza de águila es la respuesta del Sheriff.


El coche esta ahí, un vocho descapotable anaranjado, un poquito madreado, comprado el día antes y estacionado justo en frente al municipio en donde aquí está aún la policía. ¿Aquí lo dejas? Sí aquí no lo roban, subo y tomo asiento, feliz de ir a la ciudad así, quien sabe cuanto que no subo en un carro privado, la compañía es alegre, y ahorro tiempo y dinero.


            El Sheriff trafica con la capota de tela negra, la abre, la cierra, pues mirando hacia el cielo en donde el sol ya nos inunda de luz en la fresca madrugada, otra vez abierta. Ahora invita dos viejos que pasan por ahí a venir con nosotros, ¡me late! Suerte que los dos tienen que ir por su trabajo, ¡Otra vez pues! le dice el Sheriff y sigue: Pero el carro esta chido ¿verdad?


            La maquina arranca con toda la policía que nos mira mientras que él los saluda como amigos, yo que me preocupo, nos conocen, ya saben… y hay chance que nos vayan a esperar de regreso. Por fin, el nuevo cochehabiente pelea con el cambio y los pedales, nunca manejó antes, tomó la licencia ayer. Me ofrezco de manejar yo. Más tarde, dice.


Empezamos  a descender el empedrado que se acabará solo al entronque, trenta kilómetros y mil metros más abajo. Estoy de buena onda, y él también. Prendo el churro protegiendo lo con las manos, que no se lo fume todo el viento. Alcanzamos el primer pueblito, con un nombre muy importante, cuatro casa y un abarrotes, a muy poquitos kilómetros desde nuestra salida, ni lo alcanzamos de verdad que a la primera casa el Sheriff para el carro en el medio de la carretera, suerte que aquí no hay trafico, menos en esta hora, y empieza a tocar el claxon a toda madre, una bocina muy poderosa por un cochecito así. Y toca, y toca y toca, el eco regresa de los cerros cruzandose con el sonido originario, creo que toda la población se alarmó ya, pero de Billy the Kid, que tan chamaco ya no es, ni la sombra. – Dejamos que duerma si ¿no? digo yo, en paranoia que si Billy llega con nosotros el viaje esté en peligro con su necesidad de muchos litros de alcohol y de hacer el macho con cualquier mujer debajo de los 50 años que pase alrededor, aún siguiendo su teatro de marica por hacer show en cualquier caso. Sheriff me contesta con un sonido que aulla por varios minutos en seguida.  


            Mas o menos unos quince minutos después que empezó la tormenta acústica que no nos causó maldiciones si no las mías, muy despacio se abre una especie de puerta de madera desde cual sale el pelo Panic Red y los ojos medios pegados de Billy The Kid que dice ¿vamos por una chela? Y sube atrás, descalzo sin ni esperar respuesta. No para mi, digo en frente a la tienda, y el Sheriff llega con tres botellas. Vamonos…


          Media hora y tres medias cada quien después, el sol empieza a darle duro, y Billy dice que quiere regresar a
 su casa, no es milagro es que tiene una chichimeca esperando en su cama. ¿Como no? Ahí deja la y vamos a tomar unas abajo…  insiste el Sheriff.
            Por fin dejamos a Billy the Kid en su casa, nunca comprenderé porqué el chofer apagó el motor, lo que es cierto y que ni modo de que arranque otra vez mientras que Billy the Kid ya desapareciò en su grande casa y por supuesto que ya duerme otra vez.


            Es la marcha, suerte que estamos en  bajada y este carro es estándar,  ni modo, pues es la gasolina, le puse un tostón a noche poquita para subir ¡si! ¿no?, yo escuchando el ruido sospecho que el problema sea eléctrico mientras que despiadadamente la bajada decide  acabarse con  nuestra carrera en la mera plaza del pueblecito, con la tienda de abarrotes y la iglesia un lado y una serie de cabañas de madera, que abrirán su negocio una vez por año en la fiesta del santo patrono, del otro. Un par de chamacos llegan bien enfiestados, felices de que pasa algo, de empujar el carro y hacer burla de nosotros.


Un señor con su burro se para a mirar la escena y el Sheriff le dice , falta la gasolina puse solo un tostón ayer para subir ¡muy poco!  ¿Si no? A lo mejor, contesta el viejo misteriosamente, mientras yo pienso que podriamos atar el burro frente al carro para que nos jale pero no tengo el coraje de decirle al hombre que ahora sigue diciendo, tendría que haber sobrado con 50 pesos ¿qué es un mil ciento? Y  desde abajo esta goteando la gasolina pues si hay, no, no  es la gasolina que falta  un tostón es poquito en estos tiempos. Nos empujan, mas bien empujamos hasta la próxima bajada y brinco adentro del carro pero no arranca.


Vamos a comprar gasolina, dice el Sheriff  dejando el carro en medio del camino,  mínimo dejalo a un lado  ve que debajo de este árbol hay sombra, no alcanzo de enfadarme porque esto me parece muy chistoso pero caminando la subida hacia la tienda la misma de las cervezas , no pude contenerme en decirle, este medio kilómetro de subida pudimos haberlo ahorrado, ¡no seas huevon¡.
Las tres cervezas en mi estomago vacío a las 8 de la mañana  me van  calentando y así camino alegre bajo el sol que va calentando aun la tierra que parece todavía sobria.


No ya son unos días que se acabo la gasolina, la cabeza hablante detrás  de unas gigantescas cajas de dulces y chicharrones, que parecen ser las únicas cosas en venta además de cerveza Coca Cola y Marlboro, destruye nuestras esperanzas y mientras me prende un cigarro que compre suelto me dice para darnos animo, a la entrada del túnel con Paco… a lo mejor.


5 kilómetros mas arriba ¡chinga’o! Mientras caminamos yo empiezo a pensar en irme porque a pesar del optimismo del Sheriff creo que la aventura ya se murió. Una vez en el túnel habría solamente que atravesarlo para encontrarme otra vez en la mágica paz de mi casa.
La suerte parece sonreírnos: nos dan un aventón; llegando al túnel tengo la tentación de pedirle que me lleve hasta mi casa, pero por solidaridad bajo yo también.


Sheriff habla con el hombre del puesto de cervezas y refrescos y lo convence de prestarnos un galón.   El galón te lo presto pero paco no esta acabo de verlo bajar por el arroyo serán 5 minutos ¿a dónde va? A lo mejor regresa pronto.
Después de media hora el viejo paco todavía no se ve así subimos a un camión rojo y nuevo de la coca cola para atravesar los 3 kilómetros del túnel. Oscuridad, frío, estoy agarrado a las cadenas que sujetan las cajas de las botellas mas famosas del mundo que, golpeandose una con la otra, suenan como un millón de campanitas chinas; pero aún esta un raro sonido metálico que se escucha con ritmo alarmante y cavernoso del cual no comprendo el origen mientras el Sheriff mas delante de mi de pie en el escalón de la puerta agarrado con una mano del enorme espejo retrovisor agitando la otra mano cuenta nuestra aventura al chofer vestido de rojo presumiendo las virtudes de su vocho casi nuevo, descapotable… de donde  vienes tú  vale como 20 mil varos ¿no? Unos 15 ¡pues yo pague 5 por él! Y por otros 5 lo arreglo y después a la playa  para venderlo y festejar, yo no lo creo pero espero que sea así por su bien. Veo que de vez en cuando desde la bóveda cuelga un cable de metal que pegando contra la primera de las cadenas que sujetan las cocas lanzan aquel misterioso aullido de hierro que sufre, lo habrán puesto ahí para advertir cuando se acerca la roca y salvar así la cabeza a los pasajeros que suelen estar parados atrás de las camionetas para disfrutar del túnel. Ya se ve el fin del túnel brincamos no sin que el Sheriff de su dirección al chofer de la multinacional por si de casualidad quiera comprar el vocho, una pieza de artesanía o hacerse un tatuaje, yo comunico al Sheriff mi decisión de dejarlo solo.


Hazle como quieras, pero por lo menos invita una caguama, ¿si no? Vamos que yo también tengo sed, tengo que dejar mucho deposito por el envase y, mientras que estoy negociando Sheriff ya llenó el galón y encontró un aventón, yo de veras no tengo ganas de perder ni el envase ni el contenido y así subo en el carro. Invitamos a tomar a nuestros huéspedes gente seria de traje y corbata uno dice que no mientras que el otro le da un traguito para no despreciar, esta tan temprano , se disculpa, pues el Sheriff para dar mas escándalo empieza a hablarle de su necesidad de curarsela después de la gran noche de tomar e inhalar, y pregunta ¿se meten rayas ustedes? A no ¿pero fuman mota? Nosotros vamos a surtir y si quieren después de arranque mi auto vamos derecho a la ciudad en donde yo conozco y me conocen en 5 minutos la conseguimos ¿camara?


Me tengo que ensuciar las manos de gasolina porque no hay embudo y tenemos que hacerlo cortando con una piedra una vieja botella de Sprite que posaba muy bien en la naturaleza selvática de la montaña, pero el carro no arranca.
Ya te dije es algo eléctrico, le reprocho yo ; habrimos el cofre  y , aún si el motor VW es de veras muy sencillo, nosotros no comprendimos absolutamente nada, menos meter las manos. Gracias a Dios siempre benévolo con los inocentes, pasa un ranchero con un burro y se para a mirar curioso los hippies, y dispuesto a ayudar al prójimo, ve de inmediato que el acumulador ondea como péndulo justo a la izquierda enfrente de todos, heroicamente colgando de un cable: suficiente que toque cualquier parte metálica y la marcha arranca de un jalón con un fuerte estruendo que hace salir chispas de orgullo desde las rastas del Sheriff. Agradecimos al hombre y nos fuimos.
¡Ahora si ya estoy listo para todo!  estoy seguro que este día nos esta reservando unas sorpresas más ; pero a estas alturas cárcel o muerte no me parecen tan mal, con este sol tan bonito que pinta de amarillo, rojo, un poco de verde los cerro desérticos, el viento que mete sus dedos eléctricos entre mis cabellos, y el Sheriff que maneja feliz su vocho color naranja madura entre las vueltas del empedrado que ya no me parece nos desgaste tanto, si no un libramiento rápido hacia nuevas aventuras que nos esperan: nosotros dos ¡los héroes del día!


Es un buen día para morir, parezco pensar, imaginando nos como protagonistas de una película gringa, duros y rudos desperados al asalto de la ciudad, listos para hacer cualquier delito por puro deporte, peleas en las cantinas acompañadas de carcajadas, persecuciones a balazos con la tira mientras que comentamos el culo bonito de la morenita que pasa por ahí… y justo ahora, en este mero momento la veo, no la morena, no. La veo, no la imagino, no es como las fantasías de unos minutitos antes, no esta vez es real, tengo la visión nítida de una pistolota negra que parece una 45 magnum automática justo aquí a mi derecha, apenas fuera del coche entre el deflectory el espejito retrovisor que tambalea patas arriba. ¡Chinga’o! Tengo que chuparme un buen trajo de la caguama, para hacerla desparecer y otro más para congratularme con migo por la evidente capacidad de visualización que alcancé, aún si algo me dice que no es así, y entonces me chingo otro tragazo más tanto que el Sheriff me quita la botella de las manos.
Mis fantasías de disparar con la pistolota negra a los magueyes y las yucas de paso, se acaban de repente cuando el carro se para de una vez, yo creo que sea por la delicadez que tiene el Sheriff cuando utiliza el cambio haciendo que el acumulador se caiga otra vez; el pobrecito que ya había perdido desde antes su tornillo se mantenía con una espina de maguey. Después de dos o tres paradas en busca de refacciones entres los magueyes en fin se acaba el empedrado y entonces en la carretera empiezo de veras a disfrutar el paseo, bien tomadito, bajo el sol ya alto en el cielo, sin pensar a nada más.


            ¿qué pasó? Pregunta el Sheriff, lo sé a que tu piensas, y te voy a alivianar yo, al primer pueblo tengo un conecte… para tu amiguita, la blanca…
Es como un choque eléctrico en las entrañas que me despierta a putazos de mi placentero estado alcohólico medio dormido, de repente tengo la boca seca, el corazón alto en el pescuezo y tengo que ir al baño, algo que, si no fuera yo ya  adentro de la historia, pediría una parada. Empiezo a contar los kilómetros que corren demasiado despacio, el ansia me devora.
En fin me calmo como veo el pueblo, pero el Sheriff se va derecho ¿y la coca? No estaba su carro, fuera de la casa del conecte pero mas adelantito esta otro, no te auites, te yo arreglo, Pues… ¿porqué no hacemos todo aquí? Escuche que hay buena mota aquí y todo es más tranquilon en este pueblo y más rápido y de seguro hay un teléfono y yo ya… hago todo por teléfono y podemos regresarnos sin ir en aquella pinche ciudad llena solo de polvo y calor, No no tengo que llevar el coche al mecánico ¿no acuerdas? y el pescado ¡te olvidas del pesca’o! Pero tu mecánico ¿no esta aquí? No no su carro no estaba, Pero ¿no era del tio de la coca que no estaba su carro? Sí sí es lo mismo no te auites ya te dije.


Toda la historia empieza a oler feo… ¿y si despertó mis ganas solo por juego el culero o para ver si cuanto dinero llevo? Nunca supe que el mecánico de aquí vendiera y además el Sheriff no parece sincero. Pues como llegamos ¡vamos col Bigote de una vez! digo yo, Sí sí… pero antes vamos a comer o aún mejor dejamos el vocho col mecánico y vamos a comer, No ¡antes col Bigote que es de paso! Escucho mi voz, la misma voz que tanto escuché hablar anoche hasta que el Sheriff prometió de invitarme a comer pescado col Pirata, que lleva diario en trailer el pescado fresco desde la costa hasta aquí en el desierto, desde el miércoles hasta el domingo. Pero ya se encerró la barriga mientras que los carteles, modernas piedras millares, señalizan el paso de los kilómetros, más largos del usual hoy. Sheriff le en mis pensamientos y dice, faltan cinco apenas, cinco a el entronque y cinco más después, agrego desconsolado.


MATEHUALA 78000 almas.

Dice el cartel, siempre los mismos, no suben y no bajan ¿desde cuanto? Pero la momento yo estoy interesado por la sola alma del Bigote ¡que no se arrepienta hoy de sus pecados!
Tengo que batallar col Sheriff que en cambio piensa solo en su vocho que de seguro un alma dolida la tiene y quiere llevarla de una vez a confesarse col mecánico; pero esta vez lo gano y damos vueltas en un callejón polvoriento hacia mi querida meta. Dos cuadras antes de la casa del Bigote, en una esquina un enorme trailer, rojo, marcha hacia nosotros, hay lugar para los dos pero el Sheriff en un peligrosísimo ataque de cortesía vial, col propósito de concederle el paso le corta el camino y se lanza en un pasto reseco por la izquierda ¡y no somos en Inglaterra! Logramos la precipitada maniobra, el trailero desaparece enviandonos a la chingada con una carcajada, y nuestra maquina ahí muere, in este pinche lugar y de repente el sol nos pega durísimo en el coco, será mediodía ya, y un increíble olor a quemado  alza aún más la temperatura del aire inmóvil. Duele a quedarse sentados. El cofre esta tan ardiente que no se puede ni pensar en abrirlo para arreglar el acumulador, aún si el olor no nos promete una solución tan sencilla.


¡Suerte que ya estamos acerca, vamonos! No no ahora empujamos la nave hasta el mecánico y hacemos todo mientras que el la arregla, Estas loco, Será un medio kilómetro, Yo no voy a empujar ¡ni modo! Será un kilómetro que con este sol vale como unos diez y medio en aquella carretera si ni la sombra de una sombra en medio al área industrial  que no puede ahí uno respirar ni por la noche… nos alivianamos a la esquina y después llamamos el mecánico que se la lleve… No lo dejo, agarro mi moral ardiente e me voy con decisión. El Sheriff, constatado que no se puede ni intentar a empujarlo el vocho, que se quemaría uno las manos solamente en el tocarlo, desvela sus cartas, falsas, Orale, pues, vamonos, pero yo no tengo dinero para la blanca,  que tengo que pagar el mecánico, ¿cómo como si ya estaba planeado este del mecánico? ¿Sí no? Pero no tengo lana para polvo. Ahora si que me do cuenta de porqué empezó hablando de coca ya desde el pueblito en donde no hay ¡el guey! Quería despertar mi pinche ganas para que se la ofrezca ¡el culero!


Hace demasiado calor para pelear, así nos quedamos para comprar un tostón de blanca y uno cien de verde cada quien.
Deme la feria pues que voy ¡a la verga yo voy! pues vamos los dos.
El Bigote es en un baño de sudor, estacionado en la sombra del único árbol de la calle justo en frente de su casa, con dos guardaespaldas en sus lados, armados de celular en una y una chela en la otra de sus grandísimas manos.
Hoy no chavos mejor que no lo vean aquí, aire de bronca, ¿Cómo no supiste? Hace unos días hicieron el test a los policías, ya cambió el gobierno ¡en noventayseis salieron positivos hasta un juez! ¡los corrieron a todos! ¡todo parado! No hay negocio Aquí no tengo nada ¡nada de nada! Y dan vueltas y vueltas pasan cada diez minutos mejor que se vayan antes que se los lleven.
¡Chinga’o! Hasta los policías drogadictos. Pero aquel Aquí no tengo nada me parece sospechoso, y así insisto e insisto e insisto hasta hacerme prometer que in una hora nos la llevará, aquí no por supuesto si no en el mecánico, nos pregunta cual.

Me cago en los pantalones, de veras, pero solo un poquitito, cuando dos horas más tarde a fuera del taller del mecánico veo brotar del horizonte temblante por el demasiado calor un carro que tal vez podría ser lo del Bigote mientras que el Sheriff chupa tranquilo una chela tras la otra molestando el mecánico que esta bajo el vocho hablandole en seguida de coca, mota y más, ¿Ustedes no se la meten? No somos deportistas, contesta el chavo aprendiz, mientras que el mecánico sacandose desde bajo el carro sucio hasta el gorro de la grasa negra del nuestro aceite quemado dice, No se como no fundiste… la maquina digo.


El pick up blanco sigue rapidísimo en su camino, no es el Bigote pues, me cagué para nada y no se como limpiarme… la chance me la da el Sheriff que, como necesitamos unas refacciones me invita a ir para comprarlas, así llevas unas cheves, una cada quien, bien heladitas que tengo mucha sed con este pinche calorcito ¡serán cuarenta grados en el sol! ¡Más de cincuenta! Dice el mecánico, y como van a comprar lleven una correa nueva y… nada cerveza pa’ nosotros a lo mejor un cesco, Dos chelas y dos cocas desechables pues, dice el Sheriff sacando un billete de doscientos.


No tengo mucha ganas de caminar, pero tengo que irme al baño y voy, es la segunda vez que paso caminado esta carretera hoy. La primera vez, alivianado por la esperanza que me dio el Bigote, me la hice empujando el vocho anaranjado acompañado para los gritos las mala palabras y las carcajadas de los chamacos de la calle ¡y fueron dos los kilómetros! Suerte que ante comimos. Dejado el Bigote estuvimos convencidos en aguantar la hora comiendo pescado fresco, pero, después de poquitos pasos ya renunciamos que El Pirata esta en el mero centro, otros dos kilómetros, y así nos metimos en el rostipollo de la esquina.

Esperando pollitos y Coca Cola, que cuando come el Sheriff no toma, agarro el diario de la barra y me regresa la buena onda leyendo sus títulos:
“MANIFESTACION HOY DER LOS POLICIAS DROGADICTOS EN LA CAPITAL. ¡QUIEREN REGRESAR AL TRABAJO!


Comí mi platillo, el suyo, mi ensalada y hasta la ración para llevar al perro al cual se quedan en fin solo uno huesitos.
El flujo de mis recuerdos se interrumpen cuando llego en la zona, no veo cervecerías o lugares públicos que puedan tener un baño, y me meto en la tienda de refacciones en donde están unas cuantas personas a tomar alrededor de una caja de poliestireno, enorme, llena de hielo y chelas, ne chupo una mirando el empleado que con un palo baja casi todas las correas buscando la que necesito, es de un modelo muy viejo, dice, como el carro, agrego yo causando carcajadas entre los clientes de la cantina sin licencia. La Coca Cola al reves no esta escondida, si no en muestra en su grande refri rojo muy limpio y nuevecito; pago, agarro los repuestos y salgo. No hay baños en ningún lado, pero ahora ya se me secó, era pura agua, o mejor cerveza, y el calor ya quemó el hedor… en cualquier caso me encuentro deprimido y humillado, empiezo a pensar que el Bigote nunca llegará, que no iremos a conseguir nada, la veo fea y un dolor pesado empieza a latirme con violencia la cabeza, o sea, de hacer mis importantes llamadas de veras no tengo ganas y así paso el primer teléfono público que encuentro desde la última vez que fui en la ciudad. Mientras chupamos el carro infernal queda arreglado y la maquina arranca. El Sheriff promete que pagará la próxima vez …. De veras estoy pensando de cambiar todo el motor, encuentrame una maquina barata porfa… y estamos de nuevo en camino motorizado hacia la casa del Bigote, aún si nadie lo cree ahí quedando nos  apenas el tiempo necesario como el lugar esta apuntadísimo por los varios cuerpos de policía, quien para cobrar, quien para comprar, quien para agarrar gente, la mayoría por toda las razones juntas.  


No, el Bigote confirma lo que ya sabemos, hoy no no confío en hacer nada; y las oscuridades bajan frente a mi, en plena luz del sol apenas a las tres de la tarde.
¡quiero mota, chinga’o! Tiene nueva vida el Sheriff ahora che su vocho marcha milagrosamente solito, y como tomó bastante y actuó de comer tiene ganas solo de fumar, vamonos al centro por la calle hay siempre el Hippy… él de seguro sabe algo
Pero el Hippy tiene que hacer para ir buscando con nosotros, y también él nos dice que esta muy muy difícil encontrar algo y, no solamente hoy si no hasta cuando, nos explica con profundo conocimiento político,  la nueva tendrá de veras el mando de la situación y, establecidos nuevo precios, podrá empezar el bikinis, o sea repartir el precioso polvo blanco que vale mucho mas del oro. Por la marihuana esta difícil, no la quieren, es droga pobre para los pobres. Por fin… el Hippy nos suelta una información… tal vez el encorva’o… ya saben… anda por la Ciénega. ¡chinga’o la pinche Ciénega es el área más jodida de toda la ciudad! 


Ya marchamo a tres mil, pero después de apenas cien metros de repente nos paramos que ahí viene el Afro que, mochila en los hombros anda cargando un enorme tambor.
¡Subese Afro! Vamos a darnos un toque y al rato ya estamos en mi casa por unos tacos… ahí te quedas con migo ¿si, no?
¡Pobrecito de él! No sabes en que royo se va a meter, pienso, mientras que muevo mi mochila y tiro unas basuras desde el asiento trasero para dar chance a él y su tambor de cavar en el carro. Se cortó su gregna rasta el Afro, solo un poquitito, algo inconcebíbile para mi, pero él, poco más de vente años, es Afro solo de nombre por sus grandes sexy labios con los cuales nunca se cansa de besar cualquier chica le caiga, de veras diferentes de sus ojos que recuerdan más un siberiano que no un negro.
Ni de veras empezamos a marchar que al primer cruce una enorme camioneta roja ya lastimada no nos concede la precedencia y, muy muy lenta y voluntariamente nos atropella casi tirando el afro fuera del coche.


¿Te lastimaste? Le digo y, tranquilizado por la carcajada del afro que no podemos culpar de la mala suerte que nos llevamos con nosotros ya desde la mañana ni podría sentirme responsable de no haberlo informado de eso como sería venido igual, digo al Sheriff, ¡Vamonos! ¡Correle! Como estamos no puede ver la placa, adelantase y dejamos esta pinche ciudad de mierda. Pero no, demasiado preocupado por su preciosísima chatarra  el Sheriff se para para chocarla. Ahí viene el pirata de las carreteras. Es un gigante, vestido bien y habla mucho adentro de una especie de radio portátil negra ¡chinga’o en contra de un tira teniámos que atropellar!


Era puro teatro, no hablaba con nadie, y tal vez la radio era falsa, un juguete de su hijo tirado en el coche o, más probablemente parte de sus herramientas para asustar las victimas de sus repetidas actividades viales, pero ahí va que el teatro en el teatro de un accidente tiene su éxito, y así el Sheriff promete de pagar todo los daños: una rayita en la placa del señor mientras que el vocho tiene el parachoques trasero izquierdo completamente doblado en cima a la llanta y, entonces, como no estamos en Inglaterra, la razón… Ni modo de que sean suficientes las palabras y así, después de jalar todos los tres el parachoques hirviente con las manos desnudas para permitir al carro de caminar sin cortar la llanta, partimos los dos carros en busca de una carrocería por allá. Es claro que el falso policía conozca uno a la mera esquina, en donde nos alcanza una  señora chaparrita, testigo del accidente, que hizo todo el camino a pie bajo el sol despiadado con dos enormes bolsas de mandados muy probablemente más en la esperanza de ver una verdadera pelea de hombres, entre los peludos hippys y el por cierto bien conocido bandido local nada mas para tener algo que chismear con sus comadres en los próximos días que no para ser útil en cualquier manera; pero tiene que conformarse con contar agitadamente en voz alta varias veces la dinámica del accidente a los carroceros poniendo la atención en el hecho de que ella era ahí en la esquina por sus compras y había mirado todo; añadiendo en fin, pero una sola vez, y susurrando, que ella sí conoce la educación vial y que nosotros teníamos toda la razón. 


El Afro desaparece en la Modelorama a la esquina, tiene que curarse, dice, del viaje desde la capital en donde fue a visitar su mamá y todas las emociones relativas; yo no quiero ni bajar del coche bien decidido en hacerlo solo en mi casa, y así ahí me quedo mientras que la temperatura alcanza los settentayochomil  grados en la sombra, uno por cada pinche habitante de este avanzadilla de la humanidad en tierra hostil. El calor en cambio no parece un problema por el aprendiz de carrocería que sonriente trabaja con manos desnudas con nuestro parachoques molestado continuamente por el Sheriff que le pide vasos de agua calida que traga de una vez, para callar la sed y demostrar que cuando maneja no toma. Pues paga en efectivo el carísimo arreglo de la placa del pirata de las carreteras  hecha por el titular del taller, mientras promete al aprendiz de regresar mañana para pagarle los vente pesos que le debe… es que somos de aquí y así arreglaremos también el parachoques… ahorita pongalo en el cofre… ah no cabe, pues ahí atrás derechito entre el tambor y la mochila. De veras merece los vente varos el chavo que hizo un trabajo de maestro golpeando levemente para más de media hora el guardabarros con un enorme martillo, desde arriba y desde abajo del coche, pero siempre bajo el sol, y ahora parece nuevo otra vez, sonríe  el chavo pero no creo que confíe de ver su retribución.


Ahora lo pensé bien y cuando partimos quiero una parada al primer teléfono publico ¡haré mis mandados! ¡a pesar del mal de cabeza, la borrachera, la mala suerte y el Sheriff! Pero la grabadora, que desde Singapur contesta a mi numero mágico que me permite de llamar los cinco continentes en la cuenta de alguna multinacional, dice algo a cerca de un código no mas bueno ¡chinga’o, me cortaron! e imprecando subo otra vez en el carro, Vamonos desde aquí Sheriff todo anda mal ¿no ves? Aquí vamos a la chingada y no quiero dormir en el bote esta noche o despertarme muerto mañana. En el pueblito de antes hay mota y es buena y no esta toda esta mala onda ya nos vieron todos ya no quiero ni coca… ¡vamonos de una vez, ahorita!


Pero el vocho ya anda rapido hacia La Cienega que parece más desierto que no una colonia aún periférica de una ciudad normal, y ahí bajo la sombra del único árbol de toda la zona estan un grupo de trabajadores sentados en la piedras alrededor de un caja de cerveza. Saludados cada quien ya nos encontramos cono una chela al tiempo en las manos, mientras  que el encorva’o, que encorva’o no es, lo era su jefe, monta su bici y dice que en cinco minutos nos consigue la mota. Ya le damos la lana y esperamos, la banda se pone un poquito sospechosa por mi mala onda y porqué no bajo del carro a cotorrear con ellos que platican de futbol, y yo, por quedarme solo necesito decir  que soy turista y que hablo puro inglés.


Por el café hay que esperar una hora que la están pesando, dice el encorva’o cuando llega depuse de un par de chelas más, si quieren ahorita mero hay el pedico.
Gruñir en mis entrañas… pero no puedo traicionar la confianza de gente tan  hospitalaria, y me quedo callado confiando en el Sheriff que pero pide nuestro dinero atrás dicendo, nos vemos al rato por la pura mota que somos gente natural nosotros chelas churros chamba ¿no se ve? Y un vez en camino nos dice ¡no tienen nada!
Ya no tengo energía para reaccionar aún si no le creo, el hecho es que a él no le gusta la coca, le da paranoia, como a mi… en cualquier caso soy demasiado feliz de irnos de aquí.


… No se como nos encontramos cruzando por el centro. Se escucha un claxon. Un carro casi de carrera de un vistosísimo color anaranjado solo un punto más oscuro del nuestro con las llantas que brotan de sus lados, desde el cual sale un tal numero de decibeles que parece una discoteca móvil, es el hijo del Bigote que nos saluda gritando, ¡Cero! ¡No hay nada!  Y hace un cero con su pulgar e índice para que entiendan los transeúntes que, con tanta música, podrían no haber bien comprendido; bajado de su coche añade, lo personal para consumir por supuesto que tengo sí vamos a fumar pero no aquí ¡cuidados hoy! El Afro confirma desvelando que por la mañana recién llegado ya pagó 300 pesos a la tira solo por encontrarse cerca de la casa del Bigote y que pudo con fatiga salva su tambor y celular que eran caídos en las miradas codiciosas de los policías. ¡Ya ves! Añadió el hijo del Bigote, pero nosotros sabemos en donde irnos un lugarcito tranquillo par meternos unos siga nos que vamos a dar una vuelta para que no nos vean.


Y el desfile de carros anaranjados se va, vistosísimo, primeramente la discoteca móvil con sus dos bien conocidos vatos acompañados por dos super chavas, y después nosotros col vocho un pelito más clarito, descapotado, con a dentro tres greñas largas de las cuales la mía, que alcanza los hombros es la más corta, y el enorme tambor del Afro. Como cruzamos todas la ciudad para que no nos vean pasamos en frente de todos los cuarteles de los diferentes tipos de policías que hay en este estado, y acabamos para ir otra vez en la Cienega en donde el supercoche anaranjado estaciona bajo otro árbol.


Aquí no traigo nada, dice el hijo del Bigote, pero puedo conseguirla ¿cuánto? Es la misma historia del encorva’o, dijo yo, Sí pero a estos la venden, dice el Sheriff ¡saca la lana! Minutos de negociaciones que el Sheriff dice que ya me regresó el dinero y yo digo que no, mientras que el Afro no vió nada, después de contar una y otra vez sus billetes el Sheriff se convence. ¡Cinco minutos! Dice el hijo del Bigote.
Pasa mucho tiempo y el calor no baja y el Sheriff y el Afro van a la tienda en frente, único edificio en los derredores, por una chela mientras que yo voy hacia el campo por aquella cagada que tengo desde los tiempos del mecánico, que parece un siglo.
Cuando salgo del césped ya veo regresar el hijo del Bigote y voy satisfecho hacia él.


Desde la nada sale un pick up blanco acechandonos, bajan unos civiles y paran el hijo del Bigote, antes que yo salga del campo. Tengo la chance para irme, regresar en lo céspedes e irme, los tiras no me ven como soy atrás de ellos que tienen los chavos con las manos en cima del carro registrandolos. , pero yo no ¡pendejo! No se si por un falso sentido de solidaridad  o, con más razón, por el cerebro y todo nublado por las miles chelas del largísimo día que me impiden de ver claro y darme cuenta de la situación, pero me encuentro cruzando la calle rumbo a la cervecería para juntarme al Sheriff y el Afro que ya no están colgados al muro delantero del edificio si no intentan entrar más y más en él. Nadie habla, los minutos pasan muy despacio, como las chelas cuando de repente el dueño nos comunica de tomar rapido que tiene que cerrar ¡en esto horario! … no tengo clientes y cerro temprano… ¡justo ahorita que tiene tres clientes! No tenemos chance de discutir que ya desde la puerta se ve la cara de un oficial preguntando con falsa cortesía ¿será de Uds el vochito?


¡Chingados! Todos al bote ¡mierda! Y yo lo sentía desde la mañana. Y además soy el único de toda la banda sin dinero ni tarjeta de crédito o debito , ni una cuenta en el banco ¿me prestará uno de mis compañeros?
¿qué hacen aquí? Pregunta el oficial escoltando nos hacia el vocho. -Buscando un mecánico, dice muy convencido el Sheriff en una zona en donde se venden puras drogas y chelas y tal vez, a lo mejor, unos botes de frijolitos refritos… Sabes jefe acabo de comprarlo ayer el carro y lo tengo que arreglar… la transmisión, el eléctrico, nos paramos para preguntar aquí en la cervecería pero no supieron decirnos nada y no queremos ir para el centro aquí ya estamos rumbo a la casa vivimos en cima...
-Ya sé, dice el tira.
-Si yo también lo conozco… ya lo ví, ya vino a ribita ¿verdad? Me acuerdo de su cara.
-Sí a veces para controles rutinarios como este de hoy, nada de que tengan que preocuparse, mientras de hecho desmontan el coche sin por otra parte encontrar nada, yo, mirando alrededor, veo que el hijo del Bigote y su hermano parecen muy nerviosos y lo tienen lejos de nosotros, las dos chicas todavía están sentadas en el carro  afanandose con el estereo.
- Ya los conocen ¿verdad?
- Nunca, nunca vistos
- Y Ud… ¿de donde viene Ud?
- Italia
- Aaahhh. Italianoo. Y su mochila…
-¿qué haces aquí? Tan dejo…
y mientras saca cuadernos y lapiceros
- escribo, soy escritor, ve
- ¿y estos? … con un diskette para compu en la mano
- mi trabajo…
- es un ingenieero italiano, exagera el Sheriff, … muy profeessiioonaal, como mi, hago tatuajes yo… ¿quieren? Aquí, bajo la playera donde esta consentido, para Uds, yo se… ¿un virgencita? Todos la queremos… y… los va a proteger… con la vida que hacen…
- ¿Y las drogas? Lo interrumpe el oficial, -¿en donde están?
- ¿drogaaaaa?
-Que no somos drogadictos, fijese
- Yo lo sé… que los artistas, para escribir… fuman…. O ¿qué se meten?
- No, no …yo no,  yo escribo puros poemas de amor
Como atraídas por la palabra amor, las chicas bajan del coche
-No tengan miedo, les dice el Marshal – ahorita vamos a la fiesta, en mi casa, si no tienen que estudiar…..
- ¿para que les habla? ¿ve que se conocen? ¡Credenciales!
El Sheriff trae todos los papeles del coche… pero yo no tengo pasaporte
-lo dejo en la casa, ya me lo robaron una vez, sabe, tanto a cargarlo siempre no sirve a nada…
-¿no sirve a nada el pasaporte? Ahora hasta los perros tienen que llevar medallitas
- no soy un perro… yo, y subo al coche
- ¡Una 246! a toda el área– dice el mero jefe


Nos quieren chingar… y como el oficial se acerca al carro… la veo, con aquellas tachuelas de plata como antes en la empuñadura de marfil, ya la conozco, de hierro negro, entre el deflector y la ventanilla del carro, la misma de antes… la mala pistola.

Rodolfo de Matteis - 2002