EX-AMEN

Cuento VISIONOIR de Rodolfo de Matteis

 

Encuentro el anuncio en un diario, bastante escondido, pero no tanto para pasar  desapercibido a mi ojo ensoñador:
“EXAMENES DE ADMISIÓN PARA ASTRONAUTAS”
¡Algo que esperaba desde niño! Hablo enseguida y me dan una cita donde me explican que más que de vuelo espacial se trata de una prueba para encontrar gente apta para ser colonos en nuevos planetas. Acepto pronto.


Somos un centenar de personas en varios helicópteros, y nos bajan en una isla súper-monitoreada por una serie de ojos electrónicos que vuelan solos y que nos seguirán siempre durante la prueba, que no tiene una duración definida, y que les sirven para evaluar nuestras capacidades de reacción y adaptación y así escoger los que volarán a colonizar a las estrellas.


Cada quien tiene una arma larga en la mano y una mochila, y así nos dejan en la isla desconocida; así como somos desconocidos el uno con el otro. No tenemos ni el tiempo de presentarnos ya que, una vez que los helicópteros desaparecen en el cielo, somos atacados por una docena de arañas mecánicas gigantes que se nos acercan emitiendo humo y llamas.
Cuando los primeros de nosotros les disparan, en vano ya que las balas resbalan contra sus armaduras acerinas, las arañas contestan al fuego ametrallando a los que les quedan más cercanos: y los vemos caer en el piso en un charco de sangre…. ¡disparan de verdad!
Los demás empiezan a gritar como locos y a correr desordenadamente por todos lados, a un negro que corría cerca de mí le explota de repente la cabeza, sus sesos vuelan en todos lados pegándoseme en la cara y en la ropa… ¡no es ficción! Lo veo morir sin duda alguna. Corro como gacela en la jungla. El corazón me late tan fuerte que me duele el pecho, no lo puedo creer, pero es real, real como este ojo que me sigue volando siempre alrededor.


Dentro de la jungla me reencuentro con otros que llegaron conmigo, alguien llora, alguien lo maldice todo, pero la mayoría habla de un error, de un trágico error: en las máquinas nunca se puede confiar. ¡Nos van a venir a rescatar! y todos le piden a su ojo de la guarda que lo hagan pronto, que vengan por nosotros.

Quien revisa su mochila descubre que no hay nada de comer, sólo unas cuantas herramientas básicas, y una botella, vacía. Debe de haber agua en la jungla, y así vamos a las búsqueda de una fuente, manteniéndonos juntos, por si acaso. Encontramos un arroyo y siguiéndolo alcanzamos su manantial que crea un pequeño estanque, donde ¡sí! hay peces. Algunos ya se meten a pescar con el anzuelo y el hilo que cada quien tiene en su equipaje, mientras otros opinan que sería mejor esconderse sotavento y esperar que caza mayor venga para beber, en cualquier caso todos llenan sus botellas y su barrigas de agua fresca.


Desde lejos se oye el ruido de los helicópteros ¡ya vienen por nosotros! Se acabó la pesadilla, que reposen en paz las desafortunadas victimas del trágico error de software. Amén. Decidimos no ir a la playa, nunca se sabe con estas arañas mecánicas, mejor esperar el rescate aquí, saben bien donde estamos con todos estos ojos revoloteando los derredores. Esperamos mucho tiempo tranquilos, confiando en el pensamiento que primero tenían que ocuparse de las arañas, desactivarlas o algo… cuando de repente de la jungla sale un grupo de hombres uniformados de rojo… que nos atacan sin más razón disparando a toda madre.


¡Otra vez sangre y muerte! Reaccionamos de inmediato disparándoles con nuestras armas, y con la ayuda de la jungla que nos esconde no somos aniquilados del todo. Me encuentro a salvo con un manípulo de una media docena de hombres, y con tiempo y astucia logramos atrapar vivo a un asaltante.
“¡Aquí vinimos a un examen de admisión para puestos de seguridad privada en partidos de futbol!  Nos dijeron que en esta isla iba a desarrollarse un war-game: un simulacro de guerra, y que teníamos que atacar a los otros que actuaban de ser los hooligans, atacarlos con nuestra armas de fogueo, y ver quien ganaba. No sabía que mi arma estaba cargada con balas de verdad… ¡se lo juro!” : esa fue la terrible  increíble verdad que nos dijo llorando el prisionero rojo, temblando como hoja al viento, en plena crisis nerviosa.


El silencio cae sobre nosotros, sólido como una manta de plomo. Lo rompo yo gritando y disparando en contra de mi ojo de la guarda, que es muy listo en esquivar las balas y así sigo maldiciéndolo a gran voz. La primera cosa que me viene a la mente es que no se pueden colonizar planetas con puros hombres, que nunca se vio esto en los miles libros de ciencia ficción que he leído desde muchachito hasta la fecha, que tenía yo que sospechar enseguida cuando vi que en los helicópteros no venían mujeres… ¡mis ojos bien forrados de ilusión!

Sigue una temporada de pesadilla: en la isla hay fieras, serpientes venenosas, trampas mortales, máquinas carniceras de todo tipo y dimensiones que nos masacran como reses, siempre monitoreados por los ojos, que siguen zumbando cruelmente arriba de nosotros. Después de un rato se nos acaban la municiones, y pasamos a las navajas y a construir lanzas, arcos y flechas, para cazar y defendernos.


Yo le tengo asco a la locura que se apodera de los demás sobrevivientes que se vuelven sanguinarios en una especie de guerra de jefes para establecer el dominio del más fuerte. Así me retiro en soledad en lo más profundo de la jungla, para evaluar en mi corazón si no sea mejor la muerte que vivir como bruto, y, mientras lloro como niño abandonado por su mamá que se fue a quien sabe a dónde, se me aparece un hombre. Su ropa desgarrada y su barba muy larga son signos innegables de que vive aquí desde hace mucho.
Él me mira, yo lo miro, no hay palabras, no hay amenazas, no hay posturas de defensa ni de ataque, no hay nada… o a lo mejor sí. Una esperanza sutil se apodera de mí… un sentimiento de fraternidad con este hombre que parece ser como yo. Y así lo sigo por un camino muy difícil siempre más adentro de la jungla… por fin atravesamos el velo de una cascada y ahí hay un campamento de unos cuantos hombres encabezados por uno muy viejo, con una barba larga hasta el pecho.
Él vino con el primer desembarco del que se tenga conocimiento, hace muchísimos años, en un examen para ser admitidos a una expedición polar; y tras él hay sobrevivientes de diferentes olas humanas: exámenes de buzos, exámenes de voluntarios en ultramar contra epidemias, exámenes de rescatistas de deportistas extremos, exámenes de pescadores de alta mar, hasta exámenes de guías de turistas de viajes ecológicos.


Muchos piensan que somos parte de un juego cruel para millonarios que apuestan por sus peones, que cuanto más tiempo sobreviven más valen, sin otro propósito que la ganancia. Otros piensan que estén calificando a los más aptos para quien sabe cual horrible trabajo… en cualquier caso nosotros aquí ya no somos parte de lo que sea, arrepentidos sincera y totalmente de la idea que alguien tenga el derecho de juzgar a otro seguimos viviendo libres sin participar a un mundo de colmillos y garras humanas ensangrentadas... y hasta hoy funciona.