Bombay -> Ujjain

(1979)

 

 

Los enormes ojos me miran en la noche, dormía, dormía tranquilo en mi cama de agua, flotándole por encima, flotando por encima de mis recuerdos por encima de mi futuro por encima del mundo entero, flotando por encima del océano de leche que es el universo, por encima de las infinitas posibilidades.


Dormía sin pensar sin soñar solo flotando en la nada cuando la luz me despierta, y la luz son dos faros, blancos haces de luz, y los faros son dos ojos, y los ojos me miran, enormes, y son los ojos de un dios, los ojos del Gran Señor del Tiempo, del Señor del Vacío, del Señor del Oscuro Mar de la Consciencia, del Señor del Ayer y del Mañana, son los ojos de mi vieja foto del Jyotirlingam de Ujjain, ciudad que ya fue la capital del mundo en otra era, antes de que empezara la actual: el Kaliyuga.

Shiva Mahakaleshwara me llama en la noche y tengo que irme, tengo que correr, tengo que recuperar Rodolfo y corro ahí en los eones cálidos y alucinados, y mi correr hace vibrar el piso del antiguo templo mientras Rodolfo piensa que sea la droga que sea el anfetamina que hace vibrar la tierra, y en vez son mis pasos los pasos de un dios los pasos del enviado de Shiva. Shiva que toca el Damarú, el tambor hecho con los cráneos de dos encarnaciones pasadas, y tocando el lado mas ancho del Damarú, el del cráneo Neanderthal, inventa el lenguaje y al Neanderthal se le achiquita la cabeza, menos circuitos telepáticos y mas neocórtex, y el otro lado del Damarú es el cráneo del Homo sapiens; y el piso vibra bajo mis pasos que corro en la Tierra que vibra al ritmo del Damarú y el mundo vibra en el echo de las palabras de un dios.


Y la noche se acaba y ya es de día y Rodolfo intenta llegar otra vez al templo, que es el único punto de referencia que tiene el único lugar donde piensa poder encontrar Jean-Jacques, y está sentado en un bici-taxi, pero los niños no quieren dejarlo pasar y gritan los niños de irse de regresar a su país, y el bici-taxi tiene que pararse. Pero el bloqueo es interrumpido por una nueva pandilla de otros niños que gritando salen de un callejón a dar guerra a los primeros, y bien resolutos les atacan lanzándoles piedras, y en corto pasan a los golpes de puño y pié y así dan paso al bici-taxi cuyo chofer aprovecha para pedalear otra vez. Pero Rodolfo llora diciendo ¡No! ya no quiero ir con esta situación ¡no quiero que los niños se peleen por mi! Pero el chofer no entiende su dolor su terrible sentido de culpa su desesperación, no, él cumple con su deber, lo de pedalear hasta su destino y dejar el pasajero en la compuerta del templo de Mahakaleshwara.


Entra corriendo Rodolfo así de no encontrar otra vez el Baba, aquel que el otro día, después de hacerle gastar sus últimas 32 rupias en té y galletas, le estaba haciendo construir un templo alrededor, ya los albañiles trabajando con cucharas el cemento y los ladrillos a subir muros justo ahí donde Rodolfo sentaba fumando chillums, pero no, no quiso Rodolfo y huyó corriendo como corrió siempre como corre ahora entrando al templo perseguido por el miedo hijo de la lógica.


Apenas entrado en el patio del complejo sagrado no sabe donde ir y lo cruza a grandes pasos y entra en el pequeño templo central donde, sentado en frente de un pequeño Lingam un anacoreta está inmerso en profunda meditación, en la postura del loto, las manos en jnanamudra, los ojos cerrados. Rodolfo toma asiento a su izquierda jadeando, y mira el Lingam y mira el Swami vestido color anaranjado y mira el Lingam y mira el Swami y cree de no pensar en nada mientras que mira el Lingam y mira el Swami, hasta que el Swami, el anacoreta, abre los ojos, lo mira y ve Jean-Jacques pasando justo afuera, y así de repente se levanta de pié y murmurando un saludo de una vez corre afuera a encontrar su amigo francés ¡por fin, después de días esperándolo!


Pero Jean-Jacques no está en ningún lado… el único lugar donde pueda haberse escondido tan pronto es en la entrada del Jyotirlingam, el sancta-sanctorum subterráneo que está justo abajo del pequeño Lingam donde meditaba el Swami.


Y veo Rodolfo precipitarse a bajar las escaleras milenarias y yo devengo el Pundit, el sacerdote brahmán que va reponiendo en su lugar la cabeza, más bien sus cinco cabezas de plata, a Sheshnag, el dios-cobra que rodea el cuello de Shiva. Pero Rodolfo no entiende, no conoce el misterio del cuello azul, el misterio del veneno del mundo que Shiva toma para permitir a la Vida de existir, aquel veneno aquella espuma de la máxima alquimia producida arrojando el Himalaya en el Océano por parte de dioses y demonios trabajando juntos una solo vez en todo los tiempos, aquel veneno que da el color azul… sin saber Rodolfo que Shiva el veneno no lo traga si no lo mantiene en su cuello (Nilikanta: Él del cuello azul) y deja pasar solo una gotita a la vez, gotitas que permiten los eones de la existencia en el plano material, de por si envenenado.


Rodolfo no sabe y solo busca Jean-Jacques y se sorprende cuando no lo ve y no entiende el mensaje de la máxima libertad de la creación y está arriesgando… entonces yo sé porque estoy aquí, porque Mahakaleshwara el Gran señor del Templo me llamó, para salvarlo, y agarro una guirlanda de flores que están alrededor del Joytirlingam, uno de los doce Lingams no hechos por mano humana, y la pongo en el cuello casi sin barba de Rodolfo. Huye corriendo Rodolfo sube las escaleras de piedra perseguido por la vergüenza por el terror sagrado ¿quién soy yo? ¿quién soy por llevar el collar de Shiva? Y corre cruzando otra vez el patio del templo, recuerda que ahí en la derecha está otro templo, el de Punchmukhi Hanuman, el dios-mono de cinco cabezas, y toma su decisión y pone al cuello de Hanuman la guirlanda de claveles.

 

Ya está hecho, Rodolfo se salvó la Vida, no va a morir junkie con el mono en los hombros, hizo su Ofrenda al Mono en su más noble aspecto divino de fuerza y devoción. Y ahora está allí afuera jadeando Rodolfo y viene un policía indiano a decirle que él, en ocho años viviendo en Ujjain, bajó al Joytirlingam una sola vez, y Rodolfo lo vive como regaño, culpable de haber visitado el sancta-sanctorum dos veces en poquitos días, culpable de la batalla callejera de los niños, y no sabe que el policía lo está admirando.


 

copyleft by Rodolfo de Matteis