Teclado de botones rotos de acceso a mi alma, teclado de botones para excluir a mis emociones
Conspiraba en disfrazarme la realidad, en obscurecerme los mundos, que aparecían vacíos y solos bajo cielos inquietantes y plúmbeos
Y solo vagaba por laberintos de galaxias solas, de soles sin planetas, de planetas sin plantas, o con fósiles de plantas a recordar un pasado remoto y desesperado
Rastros de civilizaciones y de sus cíclicas destrucciones que algún día no fueron seguidas por otro nacimiento
Y veía mundos sin memoria no teniendo yo memoria de mis emociones, de mis victorias y derrotas, de mis dolores, de mis amores
Y esta melena de león que era selva ahora extinta de antenas para comunicar pensamiento y dominar así innumerables reyes de innumerables mundos, otra cosa no era si no vanidad y delirio
Vanidad leonina, vanidad depredadora cazadora de hembras cazadora de presas de prisa de prisa de prisa conquisté mundo tras mundo
Hasta que un día, un día como otro, un día de horror y dicha, me encontré solo con mi poder casi infinito, un poder que no me susurraba su cariño en los oídos, que no me hablaba, que no me chupaba con amor la verga licuándome en una dulzura que solo existe en mi memoria en mis sueños
Temiendo el amor de quien me amaba como atentado a mi seguridad, llenando mis infinitas noches de casi inmortal con amores comprados, robados, autoinflictos, en el eterno conflicto de una defensa continua y tan rígida que ya es una ofensa
Una ofensa por mi mismo, una ofensa por mis amores: gatas, mininas, tigres, agarradas entre mis garras leoninas vibrando mi melena, vibrando de goce de trastorno y de horror de miedo de rechazo, alaridos de los quemados vivos en los mundos que conquistaba con mis bombas atómicas, con mis desinformación teletransmitida, con la ira y el desprecio de un dios
Y la larguísima épica lucha para regresarles la libertad, para devolverles lo suyo, tiempos oscuros cuando los sacerdotes de las religiónes que me adoraban eran mis enemigos ya que eran enemigos de las gentes, gente desprevenida, desengañada, desolada. Y sola la gente levantando su cabeza
Escondiéndome yo, cruel dueño que ya se va, que ya ama el derrumbe, que ama ver en todos lados muros desarrollando grietas, sus esquinas desmigajadas, ventanas de vidrio quebrado, lonas de plástico rotas que gritan sacudidas incesantemente por el viento, rostros arrugados espantados quemados, pies que marchan, ojos en los zapatos, guiando trozos de familias sin rumbo
Y ya no estoy, ni aquí ni ahí ni allá, ya
Rodolfo de Matteis, en el tren de Pescara a Venecia, a 14 de mayo de 2011
Di Segno de Luciano Picchioni