Haciendo una cuenta estadística aproximada
tuve que haberme inyectado unas 23mil veces
por lo mayor heroína, pero también morfina
cocaína, anfetaminas y medicinales variados
y hasta mescalina, poca.

O quizá fueron muchas más.

Todos los demás días de aquellos 22 años
comí enormes cantidades de opio
estomago asfaltado, entrañas exprimidas
y hectolitros de metadona, en cantidades industriales
alma robotizada, corazón frío
y pastillas de todo tipo, y éxtasis
y hasta ácidos, muchos.

Días interminables
cuando, la suerte asistiéndome siempre
al aparente aceleración del tiempo
dada por el consolador coma opiáceo
contraponía el aflojamiento lento
del fumar millones de gallos, chillums y narghilés.

Emociones escondidas postergadas sepultadas
resurgiendo a marchar zombizadas
en los sueños en la violencia en la ansiedad
en la prisa que devora el tiempo inmoble
mordisqueando un mundo despiadado.

Al solo escucharla, en sueño
esta palabra: heroína
me levanto sobresaltando
corazón en la garganta estomago enmarañado
y corro a comer chocolates galletas
azúcar, en cantidades industriales
azúcar blanco brown sugar
dulzura goteando monstruosa y consoladora

¿y si las abejas siguieren suicidándose?

 

México, a 14 de noviembre de 2013
Rodolfo de Matteis